sábado, 14 de julio de 2012

LA MUERTE DEL SOLITARIO GEORGE Y EL CIERRE DE RÍO+20



por: Edgar Isch López.

Ha muerto el Solitario George, un hecho que llama a la lamentación y a la reflexión. Por el momento en el que aconteció su muerte, parecería que es una protesta contra la burla que hay tras las últimas cumbres sobre Cambio Climático y la Río+20. Por ello, aquí no caben discursos rimbombantes, como los que los llamados líderes mundiales dan en esos grandes eventos internacionales en los que, al mismo tiempo, enfocan todo su interés en justificar la apropiación de la naturaleza en pocas manos, las mismas manos que se apropian también de la riqueza generada por el trabajo de una mayoría que muchas veces no puede siquiera comprar lo que ellos mismos producen. Lo que cabe es, por el contrario, tratar de comprender siempre que lo que obtenemos de la naturaleza no solo nos beneficia de inmediato sino que presenta otras consecuencias, lamentables a largo plazo.

Con el Solitario se concluye la extinción de una especie que, al igual que el conjunto de especies de tortugas gigantes de las Galápagos, enfrentó la cacería de los piratas, la introducción de especies extrañas como las cabras que entraron a disputarles el alimento, el uso de su grasa para iluminar calles en el Archipiélago y el Ecuador continental. No fue un proceso natural sino que la acción humana provocó la transformación del hábitat que trajo esta lamentable consecuencia. Pero alguien seguramente pensará que ello era parte del desarrollo, que se trataba de aprovechar las ventajas comparativas, que cada una de esas eran oportunidades para salir de la pobreza y no quedarse sentados sobre sacos de riqueza. El costo-beneficio fue progreso, dirá algún otro, señalando que al fin de cuentas quedan otras especies para mantener el “verde” negocio del turismo empresarial.

Y las opiniones, aunque algunas se oculten por no ser “políticamente correctas” en el momento, podrían continuar confrontándose. Porque son las opiniones contrapuestas entre quienes defienden los derechos de la naturaleza, que aplicadas a su tiempo habrían protegido a la especie del Solitario George, y las de aquellos que ahora plantean una “economía verde”, que no es más que una nueva línea de negocios de empresas capitalistas que se presentarán como incuestionables en su supuesto interés de cuidar la naturaleza. Desde allí, tal como se plantea en Río+20, se pretenderá que las transnacionales se roben el discurso ecologista así como se apropian de los bienes comunes, mientras continúen, perfeccionen y lleven a nuevos niveles técnicos la explotación de los bienes y funciones naturales transformados en recursos y servicios ambientales colocados dentro del mercado.

Desde la perspectiva de la “economía verde” impulsada desde Río+20, la muerte del Solitario solo será lamentable porque se ha perdido el “servicio ambiental” que daba al ser una atracción turística. Los economistas ambientales (que no se confunda con los economistas ecológicos), calcularán la reducción de los costos hedónicos y los costos de viaje con los que podía contabilizar ese “servicio” de la centenaria tortuga. Los publicistas habrán perdido un ícono para sus campañas publicitarias. Universidades comerciales no tardarán en comprometerse para investigar los genes y otros aspectos que les permitan publicar en revistas indexadas, subir en el ranking que algunos confunden con calidad y vender más caros sus servicios educativos. Y nos seguirán hablando de “desarrollo”, que según lectura de Daniel Paz Barreto es una palabra repetida 574 veces en el documento final de Río +20 mientras no se escribe ni una vez “áreas protegidas” y se escribe “protegidas” en dos ocasiones cuando se trata de áreas marina.

El eterno silencio de George es al mismo tiempo un grito desde las entrañas de la Tierra. Silencio que según se nos ha dicho, no impidió la relación fraterna con los guardaparques encargados de su cuidado, cuya labor nos habla también que la salida a los problemas ambientales empieza en el compromiso sincero sin el cual solo cabe caer más hondo en el hoyo de la crisis ecológica, que hay que recordar que es una expresión de la crisis general del sistema capitalista. Ellos, los funcionarios del Parque Nacional Galápagos, han demostrado y demuestran que se puede hacer ciencia atada a los más altos sentimientos humanos y que, al hacerlo, se toma partido por una convivencia entre sociedad y naturaleza.

Nada tiene esto que ver con la ciencia “apolítica”, con los análisis pretendidamente “solo técnicos” que sirven de pretexto para no avanzar en las cumbres mundiales. Esa relación fría con la naturaleza no sirve para protegerla, porque el costo-beneficio, en términos del mercado, siempre implicará explotarla con el ofrecimiento de que será en beneficio de todos, lo que en un sistema segregador como el capitalismo resulta siempre falso y cínico. Querer una sociedad nueva, que asuma también una nueva relación entre sociedad y naturaleza, implica involucrar los valores y sentimientos humanos, la acción y la organización, la propuesta y la lucha, todo sin dejarse engañar por falsas soluciones como las que hoy se engloban en el “capitalismo verde”.


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